viernes, 9 de febrero de 2007

JOAQUÍN PEINADO, con su pequeño “deje” de acento andaluz.

Una vez disertaba D. Joaquín delante de unos jóvenes estudiantes acerca del clasicismo. Hablaba lenta y pausadamente con su voz ligeramente gangosa y aquel pequeño deje de acento andaluz, desarrollando la idea sin alejarse nunca del tema que se había propuesto… se mostró aquel día, en aquella charla, más joven que aquellos jóvenes que le escuchaban, abriéndoles las puertas del arte moderno, combatiendo los prejuicios del academicismo y demostrando un abertura de espíritu descomunal, que respetaba todas las formas de creación con tal que fueran motivadas por una verdadera inquietud.
No puedo dejar de recordar con estas palabras al pintor que nunca conocí, palabras escritas por Carlos Pradal pocos días después de la muerte de Peinado, de D. Joaquín. Ambos formaban parte de la Escuela de París, en diferentes generaciones, de los pintores españoles que desarrollaron allí su trayectoria profesional. Del grupo de exiliados que marcaron una época y que han traspasado fronteras, han vuelto a su tierra y la han enriquecido. Pena de un retorno que solo han disfrutado las obras y no los creadores, pena de una cultura que fue obligada a extenderse fuera de sus tierras, que fue obligada a ser internacional y a privar a su tierra natal, a la madre tierra, a la patria del enorme espiritú creador de sus hijos. Y así me gustaría que se viera la obra de D. Joaquín (quiero llamarlo así, como lo hizo Carlos), como una obra de ida y vuelta que dirian los flamencos.
Esa capacidad para la comunicación visual, para entender y hacerse entender, para transmitir el universo visual es lo que nos ofrece esta exposición. Una caminata de cincuenta años por sus creaciones, por sus bodegones, figuras y paisajes a lo largo del pasado siglo. Es de agradecer para los que como yo, durante la Transición, comenzamos a saber de esos pintores exiliados: nos llegaba más documentación gráfica de sus vidas que de sus obras, conocíamos sus rostros de apóstoles, pero menos sus pinturas, les veíamos en fotografías como compañeros del exilio, como coleccionistas (importantes son en nuestro recuerdo las que comparten con Rodriguez Sahagún), pero no contábamos con demasiados catálogos, y mucho menos con la información disponible en internet. Hoy el Museo de Peinado y exposiciones como ésta nos lo dan a conocer profundamente, por fin.
Hoy he identificado épocas alegres, bodegones de color que se relacionan con el hombre de mirada profunda y amplia sonrisa, paisajes urbanos de dibujo duro y escasa pintura que se podían reflejar en alguno de sus autorretratos, y la armonía minimalista que no necesita más de lo imprescindible para transmitir la verdad de un paisaje, repetido y distinto, estudiado desde su verdadera inquietud.
El Centro de Arte, el CAMA, esta lleno de D. Joaquín. En esta exposición he podido recordar al amigo entrañable del que me hablaba Carlos, al creador, al pintor, y al no pintor, como diría Gerard Xurriguera, otro de sus grandes amigos. He disfrutado al artista andaluz al que la madurez y la vida fuera le impulsaron a comprender el mundo con poco sin olvidar su pequeño “deje” de acento andaluz.