miércoles, 9 de enero de 2008

LA PRESENCIA DE UN ARTISTA UNIVERSAL

Nos empeñamos a veces en no olvidar a los seres queridos. Y para ello adornamos nuestra vida con imágenes que, en ocasiones, nos duelen, pero es lo que hubieran querido “ellos”, o eso creemos, o eso nos interesa que se crea. Otros se dejaron su alma en sus obras, vaciaban su mundo en nuestro mundo, regalándonos las imágenes que interpretaban, las reflexiones más íntimas sobre aquello que admiraban, expresadas mediante luces y colores. La presencia de estos últimos será eterna, no dependerá de aquellos a quienes dejaron aquí recordándolos, no necesitará de sonidos ni palabras ni reflexiones de otros. Bastará con su obra, con su pintura, con la presencia, la huella que dejaron en ellas, su forma de ver, su pasión por la vida, plasmada en aquello que les serbia para ser, para estar, para permanecer, sus obras.
Carlos Pradal hablaba de “la presencia real del pintor en su obra”, como la verdad de cada artista, la que gritan aquellos que necesitan comunicar. Pero esta verdad no tiene porque ser siempre una denuncia, una crítica, puede ser tan solo el íntimo sentimiento de un instante, de una mirada, del aire que deja tras de sí una paseante. Puede referirse a manifestaciones culturales de arraigada tradición que nos mueven por dentro con un sinfín de matices emocionales, que se identifican con imágenes fijas de movimientos titánicos como sus cuadros de toros, sus tauromaquias, o sus cantaores flamencos, con sus quejíos profundos de hombres que sufren, aman y viven. O puede ser una escenografía desgarrada sobre el exilio y sus efectos, o una serie de dibujos, a plumilla, para un periódico de izquierdas o, simplemente, un grabado sobre un poema de Lorca.
Pero la verdad puede estar también en el apunte de la sonrisa de un niño, en un retrato instantáneo, en un autorretrato como ejercicio de autoconocimiento, mirando hacia el interior de si mismo mientras, la mirada hacia el espectador, nos habla de extroversión, para la que no todos estamos preparados. La verdad, la presencia, no necesita de grandes temas para estar.
Su pintura es vital, es, al mismo tiempo, un proceso intelectual de reflexión e interpretación. Un objeto, cualquiera que sea, tiene un espacio alrededor, donde no está, pero que lo moldea, modela y acaricia, y que provoca reflejos, luces, colores y sombras y le hacen cambiar a cada instante, esa es su verdad. Pradal elegía una verdad y le era fiel.
Es por todo ello que, un homenaje a un Hombre así, se ha de basar en sus obras, en su pintura, en sus dibujos, en la evolución de su técnica, en los cambios de luz a lo largo de su carrera, en la elección de sus temas. Incluso en sus escritos, pocos, pero naturales, sencillos y profundos, sobre pintura, o sobre toros, sobre amigos o sobre la vida, pero textos, opiniones y sonidos que Carlos nos dejo llenos de fuerza y de verdad. Y, con su permiso, el mejor homenaje es que se le sepa, que se le mire, que se atienda en su obra.
Carlos Pradal era así, limpio, humano, transparente, entrañable, de verdad. Nos dejó todo su ser en su obra, que es como él y que no necesita de más. Solo hay que saber ver, querer ver lo que él quiso mostrar.